Ciclotaxis en la Ciudad de México: Entre la alternativa sustentable y la precariedad
Ciclotaxis en la Ciudad de México: Entre la alternativa sustentable y la precariedad
Por Luis David Berrones Sanz
lberroness@ipn.mx
En el interior de la Ciudad de México, un modo diferente y común de moverse va entre calles y avenidas: los ciclotaxis. También llamados tricitaxis o bicitaxis, estos vehículos, ya sea que se mueven con pedales o por pequeños motores eléctricos, dan servicios de transporte en la zona con una característica especial: su bajo impacto al medio ambiente. Este rasgo ha ayudado a que sean populares como una opción verde dentro de la ciudad,
especialmente en áreas donde otros modos no llegan o no son eficientes.
Pero, el aumento de los ciclotaxis se ha logrado junto con un crecimiento desorganizado que muestra la falta de reglas. Aunque da una manera de ganar dinero a muchas familias, este tipo de transporte se basa en trabajos inestables que no garantizan derechos básicos para trabajadores, lo que va en contra de su imagen de aparente de innovación social y sostenibilidad urbana.
Desde hace más de veinte años, los ciclotaxis han ido teniendo mayor presencia en la Zona Metropolitana del Valle de México.
Sin embargo, su expansión no ha sido ordenada o apoyada por un plan urbano completo. Muchos de estos vehículos funcionan sin registro oficial, dificultando el conseguir datos claros sobre su número, lugar y condiciones de trabajo. Esta falta de información lleva a que las instituciones no puedan planear bien su integración efectiva en el sistema de transporte urbano.
En cuanto a la organización, la mayor parte de los ciclotaxis están relacionados con grupos o asociaciones que conectan a los trabajadores y las autoridades, así como con otros medios de transporte. A pesar de esta aparente formalidad, las costumbres internas son desiguales: muchos conductores no poseen los vehículos que manejan y deben pagar tarifas diarias o semanales por ser parte de la organización y por el uso del ciclotaxi. En ciertos casos, estas organizaciones tienen fines políticos o económicos que no responden siempre a los intereses de sus miembros.
Un caso claro son los Ciclotaxis híbridos del Centro Histórico, donde los trabajadores están dispuestos como una cooperativa, pero los vehículos son de propiedad del Fideicomiso del Centro Histórico. A pesar del apoyo que reciben, esta forma de manejo causa problemas cuando pasan accidentes, ya que la reparación o cambio del vehículo no depende directamente del conductor o la cooperativa, sino de procesos administrativos del fideicomiso -lentos y complicados- que hacen difícil la continuidad de su actividad laboral.
La inestabilidad en el trabajo es algo común en este medio. La mayoría de los trabajadores se siente atraída por la falta de trabajos estables, lo que hace al ciclotaxi una opción rápida, aunque no siempre correcta. Se cree que un conductor típico trabaja más de once horas cada día, sin acceso a seguridad social ni beneficios laborales ni un ingreso fijo. Además, el 18 % de ellos ha estado envuelto en accidentes de tránsito, lo que muestra un espacio laboral peligroso y con falta de medidas adecuadas para protegerse. La necesidad de la gente por servicios de transporte, junto con la poca habilidad de las autoridades para manejar el crecimiento de la ciudad y planear su movilidad, hace que los ciclotaxis tengan un papel útil en el espacio urbano. Pero, este papel no debería ser igual a falta de empleo. Para muchos trabajadores, el ciclotaxi es una oportunidad económica temporal que, sin reglas claras, sigue creando condiciones malas.
La respuesta gubernamental ante este fenómeno debe pasar más allá de la visión limitada o de persecución y avanzar hacia una política de unión basada en principios de justicia social, sostenibilidad y planificación del territorio. Esto significa crear un marco claro y específico que establezca las condiciones donde los ciclotaxis pueden operar seguros, formalmente y bien coordinados con otros modos de transporte.
En este sentido, es muy importante definir áreas de trabajo, caminos permitidos, tiempos y necesidades técnicas para los autos, así como para las personas que manejan. También es vital poner en marcha maneras de control que detengan acciones injustas tanto de las autoridades como de las organizaciones que regulan el acceso al empleo. La formalización debe ir con procesos administrativos fáciles de acceder; con costos bajos o sin costo que reconozcan la situación económica de quienes forman parte de este sector.
Otro punto clave es la formación. No solo se trata de dar normas de tránsito, sino de crear una cultura de movilidad segura que incluya principios de igualdad, cuidado del usuario y respeto por el espacio público. La profesionalización de los conductores de ciclotaxis podría ser un paso hacia mejores condiciones laborales, mientras se mejora la calidad del servicio que se da a los usuarios.
Asimismo, el uso de ciclotaxis en no debe verse como una competencia directa para otros modos de transporte como autobuses o el Metro, sino como una forma que ayuda. En muchas áreas, estos vehículos son la única opción para resolver lo que se llama “última milla”, es decir, los últimos pasos del camino entre una estación de transporte grande y el final donde quiere ir la persona. Su inclusión puede ayudar a cerrar espacios de movilidad si se conecta con redes formales y se asegura su funcionamiento en buenas condiciones.
De esta forma, la Secretaría de Movilidad juega un papel clave en este proceso; ya que además de formalizar este modo de transporte, debe promover la coordinación con todos los implicados: cooperativas, trabajadores, usuarios y grupos de transporte. Sólo con datos claros y reglas que incluyan a todos será posible disminuir los accidentes viales, mejorar el movimiento local y ofrecer opciones reales a quienes necesitan esta actividad para vivir.
El desafío no es pequeño, cambiar un sistema que ha existido en la informalidad y fuera de la ley, en uno que sea parte esencial de una ciudad más justa, fuerte y sostenible; requiere voluntad política, dedicación técnica y la ayuda activa de las personas. Pero más que nada, pide una visión que vea a los ciclotaxis no como una historia curiosa del paisaje urbano, sino como un elemento clave de un rompecabezas social más grande que necesita soluciones rápidas y completas.
El futuro de los ciclotaxis en la Ciudad de México dependerá de nuestro poder para hacer puentes entre la movilidad y justicia social, entre el cambio ambiental y la inclusión del trabajo. Es un reto difícil pero necesario, ya que andar por la ciudad no debe significar dejar atrás la dignidad.
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